Nos han enseñado a ver el entorno en el que vivimos como algo aparte de nosotros; algo exterior, un simple espacio en el que habitar.
Teorías frías y sin el verdadero conocimiento, hablan de una vida, una
evolución, que es casual. Donde especies 'fuertes' triunfan ante las
débiles. Donde la maravilla del cosmos no es más que una especie de
maquinaria de relojería creada por el azar, formada de fríos y carentes
de vida planetas, o violentas y asesinas estrellas sin ningún tipo de
conciencia.
Han programado en nosotros la idea de que el suelo
que habitamos, en el cual nos han dado permiso para vivir, es algo así
como el terreno que compras: algo de tu propiedad, donde tú eres el
dueño y puedes hacer lo que te plazca, desde construir a destruir. Desde
limpiar a ensuciar.
Algún día retomaremos las viejas
costumbres, el verdadero conocimiento, y entenderemos que el entorno que
habitamos es un organismo vivo, consciente; y nosotros no somos más que
una pequeña parte del mismo. Con tanto derecho a vivir en él, como el
que tiene un perro, un gato, una planta, un pez, una hormiga... Nada nos
hace distintos ni merecedores de más. Y los que piensan que por el
hecho de ser inteligentes -y pensar no te hace inteligente...- tenemos
más derecho a vivir, como si nuestra vida fuera más valiosa, sólo me
queda decirles que gracias a esa inteligencia y consciencia, lo que
deberíamos es ser guardianes de la Vida, no destructores de la misma.
Llegará el momento en el cual -y no falta mucho- reconozcamos nuestros
errores y dejemos de ver la maravilla de los espacios verdes como sitios
donde asfaltar y generar negocios egoístas. Dejaremos de explotar este
precioso planeta, para comenzar a cuidarlo, a rendirle culto, a ser
agradecidos con él por todo lo que nos ofrece, por todo lo que nos da.
Y si no generamos ese nivel de conciencia, seremos removidos, como lo
es un agente dañino en un sistema biológico. Y al igual que éste posee
sus propios recursos para hacerlo, nuestra amada Gaia también dispone de
ellos.
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