Siguiendo con nuestro dialogo del Recuerdo de si mismo que estudiamos en la pasada entrega, el V.M Samael, nos dice:
"La Intima recordación de sí mismo es darse cuenta cabal de todos los procesos en los 49 departamentos del subconsciente, del mí mismo, el Ego, el “yo pluralizado”. Auto-observar nuestra forma de pensar, reír, hablar, caminar, comer, sentir, etc., sin olvidarse de sí mismo, de los íntimos procesos del Ego, de lo que está ocurriendo allá dentro en los 49 departamentos subconscientes de Jaldabaoth, resulta de verdad espantosamente difícil y sin embargo fundamental para el despertar de la Conciencia.”
Parece evidente que ante todo debe comprenderse, que al tener la Conciencia dormida, resulta urgente de todo punto trabajar para cambiar interiormente, a fin de que se procuren las condiciones favorables para el anhelado despertar y se organice nuestra psiquis.
Como no resulta posible eliminar aquello que no se conoce, como: con la ignorancia, con la pereza, con la desidia, con el derrotismo, etc. justificamos nuestro estado actual, bajo las más diversas excusas. Y ello constituye un negligente derroche de nuestro tiempo, existencia tras existencia. Por consiguiente, a la hora de rendir cuentas ante el Tribunal de la Ley, el veredicto será claro: ‘a repetir curso’, cuando no, finalizado el ciclo de 108 existencias, toque pagar por nuestra malicia con la involución y la muerte segunda.
Ahora bien, debe señalarse que quien sinceramente se convenza de su doloroso estado de dormidez, “de su payasada, de su ridiculez” ya presenta una señal objetiva de anhelar despertar. Desde ese momento, debemos tratar de encauzar nuestras energías en el empeño en despertar nuestra Conciencia, tratando de generar un íntimo Centro de Gravedad Permanente en esa pretensión.
Un primer paso para generar esa Voluntad Consciente puede ser el proponerse no proseguir alimentando al ego, no identificarse, estudiar las funciones de nuestros centros internos (pensamientos, sentimientos, movimientos, instintos, impulsos sexuales) procurando que, por el contrario, nuestra existencia gravite fundamentalmente en la Esencia.
Aquí ya suele observarse una primera objeción: la desorientación y el derrotismo. Debemos tener fe inquebrantable en nuestro Real Ser y en los Maestros. No debemos dejarnos extraviar en el laberinto de pensamientos de la mente y ahogarnos en el mar de las emociones negativas. Según el texto citado anteriormente del V.M Samael, la tarea inicial, a pesar de resultar difícil, es meridianamente clara: no identificación y autobservación con Recuerdo de si mismo. Apliquémonos, sin mayor complicación mental, a esas tareas.
Lo anterior, nos hará pretender, como sabiamente aconsejó el Maestro, volvernos cien por cien prácticos. A tal efecto, periódicamente, podemos interrogarnos sobre qué tanto por ciento de la enseñanza hemos vuelto práctica, en qué medida descubrimos avance en nuestros esfuerzos, cómo nos manifestamos cotidianamente, etc.
Debemos experimentar, interiormente, la necesidad imperiosa del cambio interior. Debemos tener presente que Lucifer nos mantiene engañados, hipnotizados y, por tanto, quizá, en el fondo, no deseemos morir, y sólo se esté manifestando una disfrazada forma de auto engaño. Para resaltar gráficamente estas afirmaciones, se puede señalar el siguiente ejemplo:
“Una persona sueña largamente con algo que lo mantiene profundamente fascinado e identificado. Dicho proyecto o empeño, largamente preparado y deseado, lo mantiene en el más profundo de los sueños. Y ello hasta el punto que constituye el eje central de su existencia: no vive para otra cosa, ni con otra finalidad, que ver consumada su ilusión. De repente, se le diagnostica una enfermedad fatal de carácter galopante. A partir de ese momento, su vida será otra. Su mayor anhelo será curarse o, cuando menos, vivir sabiamente el tiempo que aun se le conceda, porque comprendió que está perdido. Todo lo demás, incluido, por supuesto, el citado sueño, para él pasará a carecer de la menor importancia".
La actitud contraria, a la inteligente voluntad por cambiar, sería aquella que aplaza permanentemente el trabajo para un incierto mañana. Y ello con infinitas justificaciones que presentan un común denominador: no conceder la prioridad al trabajo interno.
De lo anterior, se advierte que una de las primeras premisas relativas al trabajo interno es la sinceridad. Ciertamente, la sinceridad con el prójimo constituye un elemento primordial de caridad. Pero, yendo más allá, hemos de significar que la sinceridad consigo mismo representa la condición indispensable para poder verificar la condición real de cada uno y para poder constatar hasta el mínimo avance, o el persistente fracaso, en la vivencia de la enseñanza.
Por consiguiente, la primera pregunta, dando por supuesta una indudable sinceridad interior, no puede ser otra: ¿deseamos en verdad morir en sí mismos?...
Mientras no sintamos la urgencia propia de quien siente que su tiempo toca a su fin, y que cualquier día puede ser el último, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos el horror desgarrador apegado a nuestra alma, por lo cruda y miserable de nuestra condición psicológica, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos muy hondamente la desesperación por la muerte psicológica no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos la ridiculez y la extravagancia consigo mismos, debidas a nuestra manifestación psicológica actual, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos adoloridas heridas en nuestro corazón por la horrible e indigna naturaleza que nos procura el agregado, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no aprendamos a tener permanente fe y esperanza en la Divinidad, durante las hirientes crisis emocionales, que nos pueden conducir a llorar totalmente desesperados o a sentirnos absolutamente locos e impotentes para iniciar, por sí mismos, el trabajo interior, no habremos iniciado, en verdad, el cambio. Mientras no comprendamos la espantosa realidad de sentirse dormido, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos miedo, temblor de piernas, soledad terrible, percepción de la propia miseria interior, remordimiento por los años desperdiciados y dolor insufrible ante la hipnótica identificación, que engorda al insaciable ego, no habremos iniciado, en verdad, el cambio...
La mencionada sinceridad obligará a reconocer, como se ha señalado, nuestra lamentable condición y nuestra impotencia para siquiera emprender, por sí mismos, el trabajo interno. Podemos llegar a descubrir, por ejemplo, con horror, que no ponemos el empeño suficiente, evadiéndonos, con mayor o menor sutiliza, de nuestro deber íntimo, cuando, en apariencia, nuestra vida se hallaba totalmente consagrada a la Gran Obra.
Por ello, conviene implorar, y agradecer infinitamente, a nuestro Real Ser y a cada una de sus parte autónomas, el escenario que se nos procura, en lugar de protestar contra lo que nosotros consideramos como desgracias, la concesión de nuestros eventos personales que nos proveen de los choques precisos para sacudirnos de la rutina hipnótica cotidiana de Lucifer, sacudiendo nuestra dormida Conciencia... ay de nosotros sino tuvieramos esos eventos.
Algo importante que cabe señalar es la importancia de la alquimia con relación al despertar. Si nosotros nacemos y no morimos esa energía maravillosa es aprovechada por los diferentes yoes que llevamos en nuestro interior psicologico alimentandose con energía de primera clase, transmutada, pero no mutada.
Una vez comprometidos con nuestro Dios Interior, con la imprescindible sinceridad señalada anteriormente, ya podremos interrogarnos con franqueza sobre la calidad espiritual de nuestro interior. En todo caso, resulta decisivo, e indudable, que debemos tener una fe inquebrantable en nuestro Real Ser (englobando sus numerosas partes autónomas) y en los Maestros.
Efectivamente, cuando rompamos, real y definitivamente, el velo engañoso que nos identifica con una falsa realidad, suplicaremos e imploraremos, con enorme y sincero fervor, que nos ayuden a morir. A partir de ese momento sólo se anhelará morir. Una vez que lo anterior sea una realidad en nuestra intimidad, procederá estudiar y remover el primer obstáculo en el trabajo interno que nos impide despertar: la identificación.
Hermano mio, ¿Queremos morir, realmente?
Hasta la próxima.
"La Intima recordación de sí mismo es darse cuenta cabal de todos los procesos en los 49 departamentos del subconsciente, del mí mismo, el Ego, el “yo pluralizado”. Auto-observar nuestra forma de pensar, reír, hablar, caminar, comer, sentir, etc., sin olvidarse de sí mismo, de los íntimos procesos del Ego, de lo que está ocurriendo allá dentro en los 49 departamentos subconscientes de Jaldabaoth, resulta de verdad espantosamente difícil y sin embargo fundamental para el despertar de la Conciencia.”
Parece evidente que ante todo debe comprenderse, que al tener la Conciencia dormida, resulta urgente de todo punto trabajar para cambiar interiormente, a fin de que se procuren las condiciones favorables para el anhelado despertar y se organice nuestra psiquis.
Como no resulta posible eliminar aquello que no se conoce, como: con la ignorancia, con la pereza, con la desidia, con el derrotismo, etc. justificamos nuestro estado actual, bajo las más diversas excusas. Y ello constituye un negligente derroche de nuestro tiempo, existencia tras existencia. Por consiguiente, a la hora de rendir cuentas ante el Tribunal de la Ley, el veredicto será claro: ‘a repetir curso’, cuando no, finalizado el ciclo de 108 existencias, toque pagar por nuestra malicia con la involución y la muerte segunda.
Ahora bien, debe señalarse que quien sinceramente se convenza de su doloroso estado de dormidez, “de su payasada, de su ridiculez” ya presenta una señal objetiva de anhelar despertar. Desde ese momento, debemos tratar de encauzar nuestras energías en el empeño en despertar nuestra Conciencia, tratando de generar un íntimo Centro de Gravedad Permanente en esa pretensión.
Un primer paso para generar esa Voluntad Consciente puede ser el proponerse no proseguir alimentando al ego, no identificarse, estudiar las funciones de nuestros centros internos (pensamientos, sentimientos, movimientos, instintos, impulsos sexuales) procurando que, por el contrario, nuestra existencia gravite fundamentalmente en la Esencia.
Aquí ya suele observarse una primera objeción: la desorientación y el derrotismo. Debemos tener fe inquebrantable en nuestro Real Ser y en los Maestros. No debemos dejarnos extraviar en el laberinto de pensamientos de la mente y ahogarnos en el mar de las emociones negativas. Según el texto citado anteriormente del V.M Samael, la tarea inicial, a pesar de resultar difícil, es meridianamente clara: no identificación y autobservación con Recuerdo de si mismo. Apliquémonos, sin mayor complicación mental, a esas tareas.
Lo anterior, nos hará pretender, como sabiamente aconsejó el Maestro, volvernos cien por cien prácticos. A tal efecto, periódicamente, podemos interrogarnos sobre qué tanto por ciento de la enseñanza hemos vuelto práctica, en qué medida descubrimos avance en nuestros esfuerzos, cómo nos manifestamos cotidianamente, etc.
Debemos experimentar, interiormente, la necesidad imperiosa del cambio interior. Debemos tener presente que Lucifer nos mantiene engañados, hipnotizados y, por tanto, quizá, en el fondo, no deseemos morir, y sólo se esté manifestando una disfrazada forma de auto engaño. Para resaltar gráficamente estas afirmaciones, se puede señalar el siguiente ejemplo:
“Una persona sueña largamente con algo que lo mantiene profundamente fascinado e identificado. Dicho proyecto o empeño, largamente preparado y deseado, lo mantiene en el más profundo de los sueños. Y ello hasta el punto que constituye el eje central de su existencia: no vive para otra cosa, ni con otra finalidad, que ver consumada su ilusión. De repente, se le diagnostica una enfermedad fatal de carácter galopante. A partir de ese momento, su vida será otra. Su mayor anhelo será curarse o, cuando menos, vivir sabiamente el tiempo que aun se le conceda, porque comprendió que está perdido. Todo lo demás, incluido, por supuesto, el citado sueño, para él pasará a carecer de la menor importancia".
La actitud contraria, a la inteligente voluntad por cambiar, sería aquella que aplaza permanentemente el trabajo para un incierto mañana. Y ello con infinitas justificaciones que presentan un común denominador: no conceder la prioridad al trabajo interno.
De lo anterior, se advierte que una de las primeras premisas relativas al trabajo interno es la sinceridad. Ciertamente, la sinceridad con el prójimo constituye un elemento primordial de caridad. Pero, yendo más allá, hemos de significar que la sinceridad consigo mismo representa la condición indispensable para poder verificar la condición real de cada uno y para poder constatar hasta el mínimo avance, o el persistente fracaso, en la vivencia de la enseñanza.
Por consiguiente, la primera pregunta, dando por supuesta una indudable sinceridad interior, no puede ser otra: ¿deseamos en verdad morir en sí mismos?...
Mientras no sintamos la urgencia propia de quien siente que su tiempo toca a su fin, y que cualquier día puede ser el último, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos el horror desgarrador apegado a nuestra alma, por lo cruda y miserable de nuestra condición psicológica, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos muy hondamente la desesperación por la muerte psicológica no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos la ridiculez y la extravagancia consigo mismos, debidas a nuestra manifestación psicológica actual, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos adoloridas heridas en nuestro corazón por la horrible e indigna naturaleza que nos procura el agregado, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no aprendamos a tener permanente fe y esperanza en la Divinidad, durante las hirientes crisis emocionales, que nos pueden conducir a llorar totalmente desesperados o a sentirnos absolutamente locos e impotentes para iniciar, por sí mismos, el trabajo interior, no habremos iniciado, en verdad, el cambio. Mientras no comprendamos la espantosa realidad de sentirse dormido, no iniciaremos, en verdad, el cambio. Mientras no sintamos miedo, temblor de piernas, soledad terrible, percepción de la propia miseria interior, remordimiento por los años desperdiciados y dolor insufrible ante la hipnótica identificación, que engorda al insaciable ego, no habremos iniciado, en verdad, el cambio...
La mencionada sinceridad obligará a reconocer, como se ha señalado, nuestra lamentable condición y nuestra impotencia para siquiera emprender, por sí mismos, el trabajo interno. Podemos llegar a descubrir, por ejemplo, con horror, que no ponemos el empeño suficiente, evadiéndonos, con mayor o menor sutiliza, de nuestro deber íntimo, cuando, en apariencia, nuestra vida se hallaba totalmente consagrada a la Gran Obra.
Por ello, conviene implorar, y agradecer infinitamente, a nuestro Real Ser y a cada una de sus parte autónomas, el escenario que se nos procura, en lugar de protestar contra lo que nosotros consideramos como desgracias, la concesión de nuestros eventos personales que nos proveen de los choques precisos para sacudirnos de la rutina hipnótica cotidiana de Lucifer, sacudiendo nuestra dormida Conciencia... ay de nosotros sino tuvieramos esos eventos.
Algo importante que cabe señalar es la importancia de la alquimia con relación al despertar. Si nosotros nacemos y no morimos esa energía maravillosa es aprovechada por los diferentes yoes que llevamos en nuestro interior psicologico alimentandose con energía de primera clase, transmutada, pero no mutada.
Una vez comprometidos con nuestro Dios Interior, con la imprescindible sinceridad señalada anteriormente, ya podremos interrogarnos con franqueza sobre la calidad espiritual de nuestro interior. En todo caso, resulta decisivo, e indudable, que debemos tener una fe inquebrantable en nuestro Real Ser (englobando sus numerosas partes autónomas) y en los Maestros.
Efectivamente, cuando rompamos, real y definitivamente, el velo engañoso que nos identifica con una falsa realidad, suplicaremos e imploraremos, con enorme y sincero fervor, que nos ayuden a morir. A partir de ese momento sólo se anhelará morir. Una vez que lo anterior sea una realidad en nuestra intimidad, procederá estudiar y remover el primer obstáculo en el trabajo interno que nos impide despertar: la identificación.
Hermano mio, ¿Queremos morir, realmente?
Hasta la próxima.