domingo, 24 de abril de 2011

Los deseos nos encarcelan en las celdas de nuestros apegos y siempre nos vuelven vulnerables.

Consuelo Marquez
Los deseos nos encarcelan en las celdas de nuestros apegos y siempre nos vuelven vulnerables.



Cuando el hombre se cansa de sufrir es el momento ideal para despertar.

Donde hay verdadero amor no hay deseos y por lo tanto no existe ningún miedo. Si se ama de verdad sin los cristales de los deseos, se verá a todos como son, y no como desearíamos que fuesen, y así se amará con la libertad del desapego, sin miedo a que nos fallen, a que se alejen, a que no nos quieran.



"Porque en realidad, ¿qué deseamos? ¿Amar a esa persona tal cual es, o a una imagen que no existe?"

En cuanto podamos desprendernos de esos deseos-apegos, podremos amar de verdad. Las personas inseguras no desean la felicidad de verdad; porque temen el riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la droga de los deseos.



Con los deseos vienen el miedo, la ansiedad, las tensiones y..., por descontado, la desilusión y el continuo sufrimiento.

¿Cuánto dura el placer de creer que se ha conseguido lo que se deseaba?

El primer sorbo de placer es un encanto, pero va prendido irremediablemente al miedo a perderlo, y cuando las dudas se apoderan de nosotros, sobreviene la tristeza.



La misma alegría y exaltación que se siente cuando llega un ser querido, es proporcional al miedo y al dolor de cuando se marcha... o cuando se espera y no viene, por lo tanto ¿Vale la pena? Donde hay miedo no hay amor.

Cuando se despierta del sueño y se ve la realidad tal cual es, la inseguridad termina y desaparecen los miedos, porque la realidad siempre es y nada la cambia.



¿Qué hacemos cuando escuchamos una sinfonía? Oímos cada nota, nos deleitamos en ella y la dejamos pasar, sin buscar la permanencia de ninguna de ellas, pues en su fluir está la armonía, siempre renovada y siempre fresca, en el amor, sucede lo mismo.



En cuanto nos enganchamos con la permanencia destruimos toda la belleza del amor.

No hay pareja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre de apegos. El apego mutuo, el control, las promesas y el deseo, conducen inexorablemente a los conflictos y al sufrimiento y, de ahí, a corto o largo plazo, a la ruptura porque los lazos que se basan en los deseos son muy frágiles.



Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre de las ataduras del apego.

Los deseos vuelven al hombre vulnerable.

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